Tres años después de un escandaloso y cuestionado proceso legal llegó la justicia.
La muerte del ecologista y defensor de las tortugas baula, bandera del activismo ambiental, Jairo Mora, no quedaría impune.
El Tribunal Penal de Limón sentenció a cuatro de los siete detenidos por cargos de homicidio calificado, violación, abuso sexual y privación de libertad agravada.
El 23 de diciembre del 2016, el Tribunal de Apelación de Goicoechea ratificó la sentencia.
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Cuatro saqueadores de huevos de tortuga de Moín de Limón, donde Mora trabajaba con la organización ambientalista Widecast , recibieron la pena máxima (50 años) por uno de los más atroces crímenes perpetrados en nuestro país en las últimas décadas.
El cuerpo de Mora, de 26 años de edad, apareció golpeado, desnudo y con una bala en la cabeza el 31 de mayo del 2013. Había sido amarrado a su carro y arrastrado por la playa, donde murió ahogado al tragar agua y arena.
Junto a cuatro extranjeras (agredidas sexualmente), Mora se encontraba haciendo vigilancia en la playa para prevenir el robo de huevos de tortuga cuando fueron víctimas de una emboscada.
“Podrían enviar mensajes a la Policía para que vengan a la playa de Moín. Que no tengan miedo, solo que vengan armados, no más. 60 tortugas perdidas, ningún solo nido. Ocupamos ayuda y pronto”, había escrito Mora el 23 de abril en su perfil de Facebook.
“Aquel mensaje que había escrito este limonense y conservacionista, fue una de sus tantas súplicas para que las autoridades colaboraran en la prevención del robo de huevos de tortuga, según recordaron sus allegados”, publicó este medio el 1 de junio del 2013.
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La ayuda no llegó.
La noche del 5 de mayo, tan solo 26 días antes de ser asesinado, un equipo de La Nación acompañó a Jairo Mora y a Vanessa Lizano, su amiga, en un recorrido por playa Moín. Ambos denunciaron el abandono por parte de las autoridades para la vigilancia nocturna y conservación de un oasis secuestrado por actos delictivos.
“Si un guardacostas o un policía dice que nos apoya, está mintiendo”, dijo esa noche. Al preguntársele si tenía miedo de recorrer la playa sin protección, su respuesta fue puntual. “Sí, da miedo; pero, sinceramente, en la playa todo mundo me conoce y todo mundo sabe que me llamo Jairo”.
Hoy, todo el país lo conoce y sabe que su nombre es Jairo, pero por las razones equivocadas. Para los jueces que condenaron a sus asesinos, el homicidio fue consecuencia de la pugna mantenida entre saqueadores de nidos de tortugas y los ambientalistas, encabezados, entre otras personas, por el fallecido mártir de la conservación.